CIUDAD DE MÉXICO, 2 de mayo.- Exhausto y bañado en sudor Miguel Bosé sonreía. Otra vez había domado al monstruo de mil cabezas, lo había seducido con su música y hecho caer en su hechizo. El español lo sabía. Para lograrlo había echado mano de sus éxitos, de los recientes y los de antaño. De sus baladas y de sus piezas más pop. De su teatralidad y de su carisma.
Le había costado. Más de dos horas después lucía exhausto, pero orgulloso ante un rendido Auditorio Nacional con más de diez mil personas ovacionándolo de pie.
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