Miguel Bosé es carne de cañón para envidiosos. Y lo comprobaron anoche los asistentes a su concierto en el Teatro Arteria Coliseum de Madrid -escenario que le acogerá cuatro noches más-. Y la envidia, ya se sabe, sobresale como ese corrosivo deporte nacional con más practicantes que el balompié. A sus ya casi 55 años, Bosé acredita mayor éxito y predicamento que usted (y que el firmante) entre hombres o mujeres; mantiene una lozanía física muy superior a la suya; ha sido chico Almodóvar (y usted no) y, por si fuera poco, se ha quitado veintitantos kilos gracias a un método de nombre tan raro que le dedica la canción (Ayurvédico) con la que ayer abrió, como todas las noches, su Cardio Tour.
Asumámoslo. Si a nuestro protagonista de anoche lo encontramos más guapo, talentoso, versátil y estilizado que nosotros; si el traje le sienta como jamás nos quiso conceder el espejo, ¿cómo sustraerse a que la mezquina irritación nos recorra toda la espina dorsal? Rindámonos a la evidencia de que Miguel es un artistazo o busquemos consuelo en detalles menores. Por ejemplo: ayer, en la primera de sus cinco veladas en el Coliseum, quedaron unas cuantas butacas vacantes y el famoseo se redujo a Mercedes Milá, Santiago Segura, las celebrities familiares (Lucía Bosé, Bimba Bosé) y el ex de alguna cantante curvilínea. Porque al ensalzador de la salsa canaria ya no le recuerda nadie y, por su forma de mascar chicle, debió aburrirse muchísimo.
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